Recuerdo cuando era una niña de doce años, no hace tanto, la verdad. Recuerdo que me encantaba ir con mis amigos al parque y que todos jugásemos al "pilla-pilla", al "fuga" y a estos juegos a los que antes se jugaba. Aquello era vida, la más pura representación de la infancia y la inocencia, pues todos nos juntábamos con todos y jugábamos, porque éramos niños. Hoy en día, cuando la gente llega a esa edad, jugar al "pilla-pilla" en un parque es como una especie de sacrilegio, es de ser un completo "pringado". Y es que, en los seis años que hace que yo no tengo doce, la sociedad ha cambiado muchísimo, y todo es en gran parte por la digitalización, ya que hoy en día, raro es el niño al que desde bien pequeño no se le regala una consola o se le deja acceso al teléfono de los adultos, para jugar, ver vídeos de Youtube o quien sabe que, dándoles un nuevo jueguete que antes no tenían y que les hace sentirse hasta poderosos, como varios primos míos pequeños me han dicho, ya que afirman que "tener un teléfono móvil es de ser una persona mayor, así que si mis padres me compran uno o me dejan el suyo, es porque soy una persona mayor".
La sociedad ha cambiado demasiado en estos seis años. Antes, con doce años, los niños y las niñas empezábamos el instituto y raro era no ver a un grupo de niños que se juntaba en el recreo a jugar, porque aunque habían pasado del colegio al instituto, no habían madurado tanto como para dejar la etapa de juegos atrás en un solo verano. Ahora, si nos fijamos en los niños y las niñas de doce años que empiezan el instituto, son de todo menos inocentes: las chicas van con unos escotazos increíbles a clase e incluso con los labios pintados de rojo, provocando; los chicos van hasta con la gorra a clase, porque son los más malos y tienen que ir causando sensación allá por donde van, con los calcetines bancos hasta la rodilla combinados con un pantalón corto, algo por lo que antes se meterían contigo por vestir como un "pringado" y ahora el "pringado" es aquel que no viste así.
Hace menos de un año, cuando lo hablaba con mis compañeros de clase a principios de nuestro curso de segundo de bachillerato, todos nos quedábamos sin palabras, sobre todo los compañeros de la parte de la clase que era de humanidades, ya que mi clase era mixta y nos juntaron con los del biosanitario, y a nosotros nos tocaba cruzar el pasillo de segundo de la ESO para llegar al aula en el que dábamos historia del arte. Nos parecía increíble cómo había cambiado la situación, ya que a nosotros en segundo de la ESO, por culpa quizás de nuestra inocencia, los profesores y los alumnos de cursos superiores aún nos imponían algo de respeto, por lo que la mayoría nos quedábamos dentro de las clases para que no nos regañasen, y los que se atrevían a salir fuera no solían separarse mucho de la puerta del aula. Pero es que el curso pasado, nosotros mismos éramos los que se espantaban al ver a alumnos de trece años que desafiaban a los profesores y que, empujándose entre ellos por los pasillos, daban a los que pasábamos por ahí sin ni siquiera pedirnos perdón, es más, era todo lo contrario, nos "regañaban" porque nos metíamos en medio. Resumiendo, hasta a los mayores han perdido el respeto, a unos porque llegan a desafiarles y a otros porque, a pesar de que muchas veces nos hacían daño, la culpa era nuestra por pasar por ahí en vez de suya por estar haciendo por los pasillos lo que no debían.
En definitiva, los niños de antes no tienen (o tenemos) nada que ver con los de ahora, a los que la era de la digitalización ha corrompido tantísimo, y es que los niños se sienten poderosos por tener acceso a las redes y tener un teléfono propio. ¿La solución a esto? Nadie quiere saberla o nadie quiere que se sepa...